Bachillerato y Ciclos. Microrrelato n° 2

“Es necesario encontrar la luz. Esa que todo el mundo te dice que no sigas cuando estás a punto de morir. A mí me dijeron lo contrario. Caminaba por un túnel lleno de lodo y con olor a cloaca. Cuando viera la luz, mis zapatillas de deportes se verían irreconocibles, pero todo esto habría valido la pena. El barro cada vez estaba más alto y estaba rozando mis rodillas. No podía darme la vuelta. Si lo hacía fracasaría y moriría. Era un camino sin retorno. Seguí caminando con la presión del lodo en mi cuerpo, cada vez notaba más agobio en mis articulaciones. No podía respirar, estaba totalmente cubierto  y no podía más que deslizarme en el interior. Intentaba salir a la superficie pero me era imposible. La impotencia que sentía sólo había conseguido que me diera un calambre en el gemelo y me hundiera aún más en la inmundicia de aquel túnel. De repente alguien introdujo su mano, ofreciéndomela. Poco a poco comencé a nadar con su ayuda hasta que aquella oscuridad se fue tiñiendo de gris y después de un blanco casi roto, hasta que dejó paso a la luz. Esa luz que me habían dicho que encontrara.”
Cerré el libro con satisfacción, había terminado la lectura de hoy, y cada día me gustaba más aquel libro. Puse aquel tesoro en el hueco de la estantería de siempre y recogí mi mochila sin hacer apenas ruido. Coloqué la silla deslizándola con cuidado mientras notaba alguna que otra mirada de las personas que estaban allí..  Me colgué la mochila y me marché de aquel lugar tan mágico. Un lugar donde se crean tantas historias como quieres, un lugar donde las apariencias engañan. Un lugar donde no te juzgan ni menosprecian. Un lugar donde todos somos iguales. Un lugar donde no hay racismo, ni egoísmo, ni cualquier palabra acabada en –ismo excepto altruismo. Todo eso ocurrió en la biblioteca.