Antes de irte para siempre, dejaste en
mí algo más que tu último aliento. “Todos guardamos parte del
tesoro de otros”, dijiste. No hubo tiempo de una despedida, ni de
una explicación.
Con apenas nueve años no me encontraba
a la altura de dicha frase, me daba miedo analizarla, no quería
descubrirla demasiado pronto. Aunque la vida a la fuerza me obligara,
yo no quería dejar de ser niña.
Quizá fuese por la forma tan cálida
en la que pronunciaste la palabra “tesoro” por lo que sin querer
o queriendo la buscaba en todas partes.
Ya conocía todos los piratas de
cualquier océano, ya conocía todas las playas por las que habían
parado y atracado. En mi primera década ya me había recorrido
siglos de historia.
Pero por más que buscara, ninguna de
esas fantásticas aventuras escondía la esencia de tu enseñanza
Años después terminaría mi búsqueda.
Recuerdo que ocurrió en la biblioteca,
desesperada por encontrar la respuesta a tu frase de despedida cerré
mi último libro de piratas y la descubrí, y la sentí.
Mi tesoro no estaba bajo ninguno de los
mares que había estado surcando.
Papá, mi tesoro lo dejaste en cada uno
de los libros que por ti navegué.